Desde hace bastante tiempo, y por motivos que algunos de vosotros conocéis y otros no ( se sienteeeee), un servidor visita con cierta asiduidad la preciosa ciudad de Madrid.
Uno siempre se ha declarado un sincero admirador de la citada ciudad. Me parece una maravillosa mezcla de colores, formas y gentes que, a mi entender, la convierten en un lugar muy especial.
Soy de Barcelona y orgulloso de serlo, pero no escondo mi especial sensibilidad hacia la capital.
Madrid y Barcelona son radicalmente opuestas. La segunda representa el orden, la estética, la búsqueda continua del vanguardismo y la modernidad, condicionada e influida, sin duda alguna, por la cercanía a Europa. La primera en cambio, simboliza el casi imposible equilibrio de una enorme urbe que se ve obligada a crecer sin descanso . Un inmenso espacio en el que la modernidad y los intentos por mostrarse ordenada y pulcra, caen continuamente en saco roto por la inmediatez y la necesidad de nuevos cambios.
De hecho, creo que esa es justamente la esencia de Madrid. Ese caos es el que la hace diferente. Ese saberse capital y sede de una gran parte del poder de este país.
El madrileño es, por norma general, muy “echao palante”. Es orgulloso, igual que lo es su ciudad, para lo bueno y para lo malo. Es abierto y no le suele costar nada entablar una conversación con quien sea.
Personas altamente sociables y grandes amantes de la vida social, los Madrileños pelean y pelearán para mantener en la medida de lo posible esos signos de identidad que con la llegada de la inmigración y los cambios lógicos de la sociedad actual cada vez cuesta más trabajo mantener.
La gente de Barcelona es, en cambio, muy distinta. Somos no menos sociables, pero si mucho más cerrados.
Puede parecerlo, pero no es un tópico. En mi ciudad somos más de círculos cerrados y de hacer vida social ,sí, pero en casa.
Aquí es donde entran las típicas frases de “agarraos, tacaños, etc”, pero no es así. Es simplemente otra forma de vivir y de entender la vida.
En cambio, en la ciudad Condal la gente es más moderna y más amante de innovar dejando de lado si es necesario lo clásico, por muy tradicional que sea.
Todo esto son sólo impresiones que me he llevado después de observar mucho.
Las dos ciudades son preciosas. Destacan y pecan de formas distintas. Son diferentes y no tiene casi nada que ver entre ellas.
Quizá deberíamos dejar los tópicos de lado y de mirarnos por encima del hombro.
Deberiamos comenzar a mirarnos a los ojos y en lugar de mostrar lo “bonitas que son nuestras manos”, tenderlas en señal de ayuda y respeto mutuo.